Sociología

Comunicación y sociedad

“La manera inteligente de mantener a la gente pasiva y obediente es limitar estrictamente el espectro de opinión aceptable, pero permitir un debate muy vivo dentro de ese espectro”   Noam Chomsky

Introducción

        Resulta muy pertinente hacer una pequeña semblanza de lo que hoy importa como el “valor de la palabra” en nuestra actualidad nacional y global. Sin pretender un desarrollo sobre la comunicación, el  lenguaje y los discursos, vale el ejercicio de intentar compartir lo que se percibe hasta aquí, desde hace algunas décadas.  Vemos una alta degradación o banalización del valor de la palabra y, por añadidura, de la comunicación. Recordemos que la facultad del lenguaje es exclusiva de los humanos y piedra angular de la preeminencia que alcanzamos en este planeta.

       Un modesto análisis tiene que partir de un contexto que se insinúa desde los años 70 y se materializa a partir de los 90 con la caída del muro de Berlín, como símbolo emblemático. Allí toca a su fin la guerra fría y progresa el neoliberalismo como fase avanzada del capitalismo. En esta circunstancia se proclama el fin de las ideologías o de “los grandes relatos” que no es otra cosa que la instauración del discurso único: el mundo es así y lo más que podemos es adaptarnos o morir en el intento.  El mundo, empero, dista mucho de ser viable si no hacemos algo para modificarlo en el buen sentido.

Lo real, la realidad y el relato

       Con la ayuda del Oscar Landi [1]  podemos decir que la “realidad” es siempre definida con la intervención de la subjetividad (lenguaje) mientras que lo “real” le es imposible al lenguaje, es un plus no verbalizable, no simbólico. Lo real no se refiere a zonas que aun no conocemos, no se disuelve en el proceso del conocimiento como se podría pensar desde el “iluminismo” que hizo de la ciencia y de la técnica una “verdad de época”. Este enfoque nos enfrenta a la ambigüedad del lenguaje: es constituyente de la realidad, pero está limitado frente a lo real.

        Otra cosa, bastante diferente, es el “relato” donde -deliberadamente- nos alejamos de la construcción de la realidad. Es más costoso sostenerlo, en el tiempo, porque los hechos no acompañan y pasan a ser “convidados de piedra” a la cita. Exige mucho más poder simbólico y demanda más logística mediática para sobreponerse a lo que acontece. Además, requiere la instalación de varios mitos. De ahí que para los gobiernos populistas, cuya mística se asienta en el relato, el enemigo público nº uno pasa a ser la prensa independiente u opositora.

Orden simbólico y orden político

      Las relaciones de poder hoy se dirimen más en ámbitos mediáticos que con la fuerza física. De ahí que las batallas en el plano simbólico terminan pesando fuertemente en el orden político resultante. La profusión de encuestas, muchas veces “a la carta” son apenas un “ruido” más en la distorsión del imaginario público. Recordemos, al respecto, a  Foucault[2] cuando dice:

         Ni la dialéctica (como lógica de la contradicción), ni la semiótica (como estructura de la comunicación) sabrían dar cuenta de la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos. Respecto a esa inteligibilidad la dialéctica aparece como una manera de esquivar la realidad cada vez más azarosa y abierta, reduciéndola al esqueleto hegeliano, y la semiología como una manera de esquivar el carácter violento, sangrante, mortal, reduciéndola a la forma apacible y platónica del lenguaje y del diálogo.

Los límites del discurso y la política

      Lo que amenaza al sentido de un discurso no proviene solo del plano interdiscursivo (otro discurso) sino, y más profundamente,  porque la palabra siempre se ve amenazada por la irrupción de lo real. Landi sintetiza:

          El límite, la sorpresa, la dimensión existencial con sus ambigüedades y paradojas reemplaza -entonces- a las certezas que derivan de imaginarias garantías semióticas.  Finalmente la política se revela como una labor productiva, como una creación que se resiste a ser capturada por las seguridades tecnocráticas, las previsiones doctrinarias o la confianza en destinos que hacen de la realización final de los objetivos solo una cuestión de tiempo.

           El discurso, entonces, es un arbitrio válido en la medida que se ajuste a un proyecto genuino y anclado en los parámetros visibles de una realidad, con apego a lo real. En ese contexto, la política de los hechos o de la constitución, no la electoral, acude como la herramienta ineludible para transitar otro mundo posible. Rescatar la política y la palabra, sin subestimar la ética, es la tarea de la sociedad civil y sus organizaciones sociales. De esta forma podremos salir del discurso único y promover comunidades autónomas y dueñas de un futuro común.                                                                                                                                                                                                                                                                                    T L

Bibliografía consultada

Chomsky, N. y D. Barsamian. 2002. El bien común. Siglo XXI, 2002 – 212 páginas

Landi. O. 1982 – Comunicación, Cultura y Proceso político Buenos Aires: CEDES,- biblioteca.clacso.edu.ar

Landi, O. 1988. Reconstrucciones: Las nuevas formas de la cultura política. Puntosur Edit, 212 Pág.

Foucault, M. 1978. “Vérité et pouvour”, en L’arc, núm. 70.

[1] Oscar Landi (1939-2003) fue un politólogo e investigador argentino en política, cultura y comunicación, uno de los más respetados de su generación. Estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires.

[2] Michel Foucault (1926-1984), fue un historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés.

 

12 Comentarios
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Tomás Loewy

12 Comentarios

  1. Iturrioz Maite
    12 abril, 2015 A las 3:47 pm

    Me pareció muy interesante el articulo, nos hace pensar y reflexionar sobre como está “sub-valorada” la palabra hoy en día; Se dicen tantas cosas que nunca se hacen, que no tienen nada que ver con la realidad, tal como comunica el autor, y a la vez se hacen tantas cosas que nunca se dicen. Muchas veces y sobre todo en el ámbito político buscan convencernos con un discurso perfecto que no tiene nada de verdadero, nos dicen lo que “queremos escuchar”. Por eso tenemos que estar atentos y no dejarnos engañar, fijarnos en los hechos que son los que realmente hablan por si solos.

  2. Godio, Florencia
    14 abril, 2015 A las 7:48 pm

    Se me vino a la cabeza una pregunta, ¿Cuántas veces habré cambiado de canal cuando el presidente de mi país estaba hablando en cadena nacional? Creo que es por el valor que le doy a su palabra. El valor es subjetivo, uno no valora las cosas de la misma forma que los demas, ni tampoco las valora igual dependiendo del transcurso del tiempo…
    Mi poca experiencia entendiendo de política, me hace pensar que los políticos, mucho más en época de elecciones, quieren dejar contenta a la gente. Con decenas de propuestas, y promesas que raramente cumplen.
    Que mi presidente inagure por tercera vez una central nuclear me hace reflexionar, en el porque; ¿Será para llamar la atención?, ¿No tendrá nada más importante para hacer?, entre otras preguntas.
    Lamentablemente el valor de la palabra que le doy a mayoría de los politicos ha cambiado con el tiempo y mi poca experiencia me ha dado una predisposición a no valorar la palabra. Creo que los futuros políticos van a tener que ganarse mi confianza cumpliendo con lo que dicen, y de esta forma podré valorar realmente sus palabras.

  3. Bravo Gabriela
    15 abril, 2015 A las 2:38 am

    Este artículo nos ayuda a analizar la “realidad” en la que nos encontramos, realidad subjetiva. Para mí en ésta época la comunicación rompe toda barrera, y lejos de poder impedirse, hay lugar para cada opinión, para cada punto de vista. Pero a pesar de ello lejos nos encontramos de poder opinar sobre lo real, aún hoy, con toda la historia que llevamos en nuestras espaldas, y sus enormes consecuencias, continuamos con miedos, y seguimos tomando partida en la lucha de los grandes grupos opositores, en su lucha, olvidando muchas veces nuestros propios pensamientos, deseos y opiniones. Gandhi dijo “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”… ¿Cuál es para cada uno? Aún hoy cuesta luchar con total libertad.

  4. Genaisir German
    15 abril, 2015 A las 11:39 am

    Me resulto muy interesante la lectura de este artículo,ya que es común hoy en día observar como se va perdiendo la credibilidad de la palabra,en este caso de los políticos,debido a la poca conexión que se encuentra entre estas y los hechos.
    Haciendo referencia al último párrafo, destaco que no solo es culpa de los políticos el actuar de esta forma,sino nuestra,ya que nosotros no actuamos de una manera muy responsable,en muchos casos demostramos poco interés, lo que fomenta esta forma de actuar por parte de quienes nos representan.

  5. Rocío Antonella Gallardo
    15 abril, 2015 A las 1:22 pm

    Este artículo me lleva a reflexionar sobre el valor y la importancia que tienen las palabras. Muchas veces lo que decimos o escuchamos no tiene sentido alguno u otras tantas no representan la realidad, como lo menciona este artículo.
    Creo que, la palabra, es utilizada muchas veces para decir lo que el otro desea escuchar y no con el objetivo de comunicar la realidad.
    Es así, como pasa en el ámbito político, donde los funcionarios prometen cosas, que aveces ni llegan a cumplir, con el solo objetivo de ganar más votos y no el de comunicar, que es lo que realmente importa.
    Creo que todos deberíamos darle mayor importancia a las PALABRAS y a partir de ésto lograr una mejor COMUNICACIÓN.

  6. Carolina del Valle Cerutti
    15 abril, 2015 A las 1:41 pm

    Pareciera tratarse hoy en día a la palabra como sinónimo de debilidad; entendiéndose por debilidad a la falta de firmeza en el carácter, el cual representa la naturaleza propia de cada cosa que la distingue de las demás. Si la opinión se materializa en la palabra y la palabra es débil y carece de carácter, aquella, llegará a no tener más valor? No debemos dejar que esto suceda, debemos imponernos y permitirnos ser escuchados; pero sin olvidarnos de escuchar porque la falta de escucha será el principal signo de debilidad de la palabra. Si yo no escucho, nadie me escucha, si nadie me escucha mi opinión carecerá de fortaleza y, si esto sucede, volvemos al círculo vicioso de la debilidad antedicha.

    • Tomás Loewy
      15 abril, 2015 A las 9:57 pm

      Carolina: opino que el uso perverso de la palabra termina devaluandola. Ella no es débil per se. Para recuperar su valor tenemos que ser mas ciudadanos que habitantes o consumidores (incluso de políticos sin escrúpulos)
      Tomás

  7. Emilia Bories
    15 abril, 2015 A las 3:42 pm

    Me gustó mucho el artículo, sobre todo porque me hizo pensar en la actualidad de nuestro país; donde quienes tienen las riendas prefieren “gente pasiva y obediente”, como dice Chomsky en una frase citada en el texto. Los dirigentes, o aspirantes a serlo, con sus discursos políticos intentan instaurar la idea de que ellos van a hacernos vivir en el paraíso. Deberíamos pensar más, dar opiniones, no dejarnos convencer por relatos que suenan bien, darle mayor valor a las palabras. Creo que para mejorar como sociedad y dejar un futuro mas próspero hay que empezar a intervenir, porque al fin y al cabo vivimos en democracia.

  8. Nicolás Gomez Vega
    15 abril, 2015 A las 5:19 pm

    Coincido con lo plasmado en el texto. La decisión respecto al candidato a elegir en los comicios de este año parece basarse en si tal está a favor o en contra del gobierno actual, si aquel subió tantos puntos en la última encuesta, si el otro aceptó ir al programa de televisión del prime time o no. Nunca una propuesta concreta. Nunca un plan de acción. El tiempo es escaso en un año electoral y los políticos no piensan desperdiciarlo en respuestas certeras. Ese tiempo irá a elaborar un bonito y vago discurso prefabricado, plagado de clichés conformistas, que los saque de un aprieto en alguna entrevista. Luego, a esperar el tropiezo del rival. El que menos arriesga, menos se equivoca, ¿no? Así parece ser en nuestra política.

  9. Santiago Hernández
    15 abril, 2015 A las 10:03 pm

    Después de los tormentos vividos por nuestra sociedad durante las dictaduras, en las que se violó la libertad de expresión, deberíamos ser conscientes del valor que posee la palabra y apreciarla un poco más. En tiempos políticos como los que vivimos debemos darle el debido respeto a las palabras, a los discursos, pero sin cegarnos por ellos, y no creer el relato tal como se cuenta, si no que debemos conocer como se menciona en el texto la realidad existente, no dejarnos engañar por falsos relatos sino que debemos tenerlos en cuenta siempre y cuando ellos no se alejen de la realidad que nosotros mismos conocemos. La palabra tiene un gran poder, pero lamentablemente se utiliza con fines poco éticos, se intenta, a través de ella, de convencer a la gente de una idea que nada tiene que ver con la realidad. Ahí es donde nosotros debemos no desconocer la realidad, para poder utilizar los relatos pero no dejarnos engañar por ellos.

  10. Emanuel Azzurro
    16 abril, 2015 A las 3:58 am

    El valor de la realidad depende de la mirada de cada uno. Existen realidades diferentes, algunas contadas y otras inventadas. También es distinto el valor de la palabra. La política, pareciera ser experta en estos temas. Lo mas importante es escuchar todas las voces y ser objetivo para poder interpretarlas, sin desconocer su contexto. La imposición de ideales nace de una base endeble que necesita fortalecerse a través de lo masivo. De esta forma actuamos de manera autómata pero creyéndonos dueños de la verdad.
    En concreto, el problema es solo nuestro; debemos aprender a pensar con criterio, escuchando y aceptando el pensamiento de nuestros pares.

  11. Gonzalez Javier
    16 abril, 2015 A las 6:36 pm

    El artículo nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra y su influencia directa en la comunicación. Cuestión que se puede percibir muy claramente en el ámbito político, donde se observa un uso excesivo de subjetividades y falacias en los discursos brindados. Pero estos presentan un límite, la realidad, que a medida que la sociedad percibe la distancia que hay entre ambos, deja de creer en la integridad de lo expresado, que con lleva al mismo tiempo a generar una mala imagen del emisor, destruyendo en cierta manera la comunicación. El autor expresa que para que esto no suceda los discursos deben seguir una proyección genuina, estructurada por parámetros que no se alejen de la realidad percibida por la sociedad.

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